11 jun 2007

El Palomar.

Olvido cada palabra que digo
y todos los inquilinos que me habitan
se retuercen de hambre, comenzando a
masticar todas las ventanas.

Olvido cada palabra que digo
mientras el eco de mi voz
abrasa todos los ojos,
esculpiendo las caderas
de un arroz visceral.

Las puertas me saludan
y los pechos altivos
miran la calva de un techo
inasible, haciendo esquiva
su mirada. Los vasos se beben
todos los vinos y el único
sabor que subsiste en mi boca
es el de cenicero...

Irremediablemente tendré
que alzar paredes entre
cada uno de estos rincones,
alzar gimientes bostezos,
para enredar todos los pasos
que me remueven las entrañas.

Todo el sueño se ríe en mi cara,
gastándole una broma al del patio
del fondo -¿Qué decís?-, pero el
sordo de la cuatro no entiende,
mientras, el payaso de la dieciséis
busca sus zapatos (que el pibe
de la cinco le robó)...
-¡¡¡Este palomar es un desquicio!!!
grita la doña corriendo las moscas
que duermen sobre las ideas muertas
en la mesada...

Creo que será mejor
treparme al limonero
y sentarme allí
a esperar que llegue el sueño
con el sol, antes que se sequen
las hojas de mi libreta.



Fotografía - Texto: Diego L. Monachelli

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