19 sept 2007

Fragmentos de una misiva transoceánica.


Aun no he tenido tiempo de estar conmigo
aunque estoy solo, en mí.
Mis deseos se abismaron a las dimensiones
de nocturnas ferocidades.
Camino sobre los labios de la vacía montaña que habito,
abro mi pecho para sumarle a mis pulmones
el aire que le resto en mis sesenta cigarrillos diarios.

¡Nace la poesía impura!

La melodía estelar que desanda mis entrañas
arremolina y multiplica nuevos destinos de canción.

Estoy en mí, pero nadie llama a las puertas
que me habitan y devoran,
nadie escucha esta voz que no cesa.

Desciendo, desciendo empapado de lo cotidiano
desde la pequeña cima que habito a la sima de la costumbre
sin poder reconciliarme con ambas, más aun,
sin poder sujetar mis manos de hacer,
mis manos de amar.

Desciendo y soy hombre, carne y huesos trashumantes
que juegan infantilmente en las encrucijadas
para sentir que el mundo se detiene a su paso. ¡Triste juego!

Más allá está el silencio que espera. Luego me pierdo.
Siglos detenidos, siglos sobre siglos pariendo mudez
y me estremezco ante la histórica belleza de calles
como laberintos que observan… en silencio, observan.

¡Mi Hambre no es el hambre!
Esta tinta es mi sangre.

Nada queda atrás,
todo es dentro
y se hace difícil de cargar tanto estar y ser ausencia,
aunque no es mía esta tristeza
pero oír el llanto trasatlántico
siembra la certeza del espacio que ocupa
cada alma en otras almas.

¡Y aun está hambriento mi destino de ser el ir!

Extraño, he aprendido a extrañar.
Extraño el vuelo de mariposa en las palabras,
la fiebre de los huesos del abrazo,
la noche intempesta en el hueco de la mano,
el silencio ardiente y expectante,
la turbia marea del mirar,
las manos hambrientas ¡Cuánto hambre del hacer!
pero estoy en paz, por que me he entregado
pleno en esos vuelos
más allá de mi torpeza.

No sé porqué (o tal vez yo tampoco quiera escucharme)
pero mis adjetivaciones nonatas
buscan sus pupilas y sus almas, porque en ellas va la mía.



Sigo enhiesto, cimbrando en la tempestad que no cesa, como mi voz,
como mis manos de hacer, de amar. Como no cesa mi adentro
de sembrar flores en los jardines hambrientos de luz.
Como no cesa de abrirse paso mi alma,
ni de tender puentes hacia los que quiero.

He aquí, hacia ustedes, con estas mis palabras,
mi fiebre de los huesos del abrazo
más sincero y profundo,
el más humano.



Fotografía - Texto: Diego L. Monachelli

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nada queda atrás,
todo es dentro
y se hace difícil de cargar tanto estar y ser ausencia,
aunque no es mía esta tristeza
pero oír el llanto trasatlántico
siembra la certeza del espacio que ocupa
cada alma en otras almas.
DE UN ALMA QUE CONTIENE TU ALMA.
TE ADORO!! Y TE EXTRAÑO TERRIBLEMENTE. Juchelli