3 dic 2008

Nuevo Libro. Asesinos de Parto: Invitación.


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Yo sería un asesino de parto si tratase de explicar ahora los versos antes de que nazcan. Hay un juego de sombras y luces que rechazan de un golpe toda tentativa de aprehensión verbal. Esa es la contradicción ígnea de quien escribe a la contra. De igual modo la piara nos rodea con su juego macabro, y al tiempo unas palabras anuncian un resurgir de la inocencia, siempre en desequilibrio, siempre en estado de embriaguez. Ese es el reto de Asesinos de parto. Entre sus sombras en ocasiones refulge una luz, iluminaciones en forma de versos que son una sentencia para todo aquello que asesina lo porvenir.
Que no es buen momento para la poesía lo sabemos. Que nunca lo fue, también. Que sigue siendo necesario acometer con palabras desbordantes “esta vida a puro golpe” es una certeza que avanza ajena a cualquier fijación. Así lo resume Diego:

“Asesinar la canción
o padecer su ignominia
con la estéril gracia
de los mansos.”

Algo se nos debe. Algo debemos a esos “demasiados muertos,/arrastrando consigo/todas las banderas, todos los fantasmas.”
De otro lado se puede ser un asesino desde el parto, y a ese doble juego también hay que estar dispuestos. Que sea la hora del Poeta Asesino, de aquel que no da respuestas, que naufraga constantemente hasta que plantea la pregunta inevitable: “¿No seremos una mentira?” Lejos de la quietud, surge esa rabia compartida. A partir de esa interrogante se abre un campo de acción ilimitado. El verbo vuelve a servir para herir, y no simplemente nombrar.

“Ya no volveremos a ser
lo que nuestras bocas
reclaman en el nombre.”

En este terreno preñado de sombras y fuegos, se nos han planteado varias preguntas urgentes de responder, ya que son las de toda la vida. Lejos de la pura anotación de melancolías, fuera por completo del romanticismo barato, hay aquí un poemario que nos espeta a la cara:

“¿Quién tendrá el valor de alzarse en toda su virtud
de mamífero parlante,
de hinchar el vientre de la tierra
con los colmillos ensangrentados?”

Texto: Juanma Agulles
Fotografía: Diego L. Monachelli

Nuevo Libro. Asesinos de Parto: Advertencia al incauto lector.


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En el ejercicio de la transición, en el movimiento de la certeza que se transforma lentamente, existe un segundo de claridad grávido de sombras. Este ínfimo vislumbre necesita desarrollarse en el caos de su centro para acuñar el valor necesario y acometer el desentrañar la espesura de todo aquello que presiente, que intuye y no alcanza, no puede asir.
En ese instante surge la imperiosa necesidad de mutilar la inocencia, de violar el ritmo, de ahondar el verbo hasta que sangre de él lo que oculta.
De este alumbramiento entre sombras devienen las páginas precedentes con más de una década de antigüedad, con la misma vitalidad de entonces, con la misma urgencia de búsqueda y el mismo reclamo de poesía en transición o metamorfosis poética.
Los que han tenido la riesgosa, dudosa ventura de leer trabajos pretéritos entenderán de qué hablo. Aquellos que no, válgales esta breve descripción de los paisajes del parto como advertencia.


Fotografía - Texto: Diego L. Monachelli

Nuevo Libro. Asesinos de Parto – LXXV.


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Nada vencerá a la poesía,
ni el monstruo que rodea
las entrañas que habito.

¡Perversión de la tinta!

Nadie vencerá a la poesía,
ni el monstruo que agita
las entrañas que habito.

Como un silencioso río
parirá mañanas,
junto a la tumba,
en plena quietud
de luna muda,
los nuevos versos.
Nacerá el hombre,
todo hombre y tierra,
desde sus pies a la cresta.
Nacerá al fin
el hijo negro
de la noche negra,
de la tierra negra
con el sol en las costillas
dando lumbre a otro cielo.

Así será, gusano de la nueva seda.
Sus pies serán tallo y raíz,
sus manos, garras
coronando la torpeza
de su antigua gracia...

Ese será el castigo,
será ese el espacio
que hallará su ser
porque así debió ser,
porque así se alzan ya,
insignificancias erguidas.

Pero este tiempo,
no los ve.

El hoy tiene ojos sin pies.

Fotografía - Texto: Diego L. Monachelli

Nuevo Libro. Asesinos de Parto – LXII.


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Que sea el Lis de tu Blasón,
la noche,
tempestad de luz
violando la gris materia
que nos agita y nos ronda.

Que sea el Lis de tu Blasón,
la raíz que alumbra
el sueño del alba,
la palma que trama los cielos,
la que cava sepulcros,
ventanas en los jardines oscuros.

Que sea el Lis de tu Blasón
el horizonte, el sol
o que sea nada.

Fotografía - Texto: Diego L. Monachelli

Nuevo Libro. Asesinos de Parto – XIV.


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Máscara hambrienta,
herido el rostro que te sostiene y alimenta
oculta en sus llagas
el viento que sueña todo andar.

Se inflama en gestos
su ardor
y es una sombra prisionera
entre lo mudo y el callar.

Máscara hambrienta,
prisión de lo errante,
en este asqueroso
carnaval de soledades.

Fotografía - Texto: Diego L. Monachelli

Nuevo Libro. Asesinos de Parto – LXXI.


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Perseguir el horizonte,
desde la planta enlodada,
desde la palma cerrada
sobre la tinta
hacia el ojo blanco
de la negra noche,
ventana abierta sobre el jardín
de la muerte atribulada
por el espanto que el hombre
le ha concedido a su gracia.

Perseguir el horizonte
o arrebatarle a los días
la estéril destreza
que les da vida…

Perseguir el horizonte
o ser nada.

Fotografía - Texto: Diego L. Monachelli

Nuevo Libro. Asesinos de Parto – XLVIII.


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El frío que hiere al mundo
silba en el gesto ausente de tu sonrisa
una canción que nadie escucha.

Un gesto amarillo en la placida orilla
de tu carne tendida entre las sombras.

La lluvia que abrió tu vientre
es la sed en la que se hunde mi rostro
y te nombra.

Una mano hiende el aire, cuchillo
que abre los ojos
en la espalda de la noche

Ya no volveremos a ser
lo que nuestras bocas
reclaman en el nombre.

Fotografía - Texto: Diego L. Monachelli

Nuevo Libro. Asesinos de Parto – XLI.



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Un pulso, demiurgo de espanto.
Una contracción en el vientre
del universo.

Libertad.

Insolente gesto.

¡Es tan frágil este barro!

Fotografía - Texto: Diego L. Monachelli

Nuevo Libro. Asesinos de Parto – XXI.


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Asesinar la canción
o padecer su ignominia
con la estéril gracia
de los mansos.

Fotografía - Texto: Diego L. Monachelli