16 mar 2008

Voluptuosa nada.


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Exquisitos mendrugos de una estéril comarca
se abisman a los ojos, culos de taza,
escupiendo el polen del universo.

¿Quién morirá y será merecedor
de ese cobijo?

Siglos sobre siglos caminando entre ruinas,
siglos sobre siglos a las puertas
de esta voluptuosa nada.

En la ceremonia se derramarán soles, dientes,
senos de visco bamboleo,
de ardorosa leches mullidos.

Una larga hilera de carros negros,
de negros carros gruñendo
con ánimo de funeral.
Trincheras vagabundas, abrigando
la más sensible de las fibras
hasta llevarla al olvido,
fonación de lo inerte que aun erige
estupefacción y asilo... esterilidad.
Las calles atestadas de muertos, infectadas de mutilaciones,
huérfanos de sentido, pasión, padecimiento,
complejos incomprensibles
destinados al movimiento compulsivo,
al rechinar de hierros y muelas,
hermanos de la fatalidad
y el desasosiego.

¡Alto!

¿Quién soportará la total inmovilidad
sólo un instante?

La muerte luce en todas las pieles,
sonrisa sin dientes, manos yertas.
Se luce en las resplandecientes heces de lo ingrato,
en las articulaciones de los aurigas insomnes,
en el vientre lánguido de los árboles,
en la arrogante convulsión
de la ignorancia pretendida arte;
en las huellas inasibles y en los dedos que agrietan
los rostro, en los techos sangrientos
y en los amortajados, en las narices pélvicas
y en la nerviosa sedición
de besos antropófagos y caricias como dagas;
en los filos estéticos y en las planicies tácitas,
en los huecos pertrechos y en las entrepiernas causticas,
en el ojo que observa desde la oscuridad,
detenido en medio de esta voluptuosa nada.


Fotografía - Texto: Diego L. Monachelli

La perpetuación de la imagen...


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La cómoda posición del artesano de las artes frente a un público ya convencido de lo que se le ofrece, tanto artística como políticamente, resulta en un énfasis innecesario, redundante y extendidamente inútil, a tal punto que logra la banalización del origen que motivó el movimiento en su raíz como contracorriente, sublevante, subversiva ante un hecho que se ha perpetuado mansamente y ha extendido sus fronteras, porque él sí ha modificado, renovado e inventado nuevas formas aunque su fin sea el mismo; cosa que no ha sucedido con aquellos que pretenden combatirlo u ofrecerle resistencia. Por ende se transforma, ese quehacer pretendido rebelde, en una reiteración vana y cómoda para aquellos que la ejercen sin cuestionamientos de sí mismos y su sitio, convencidos de su posición y sabiendo que no tendrán que esforzarse ni renovarse porque el público, tanto como ellos, festejan los fuegos de artificio como si de luces de guerrilla se tratara. Luces que irán a conquistar un nuevo territorio para humanizarlo, socializarlo y tantos arlos desprendidos de los ismos como sean capaces de acuñar dentro de su lánguido y deslucido paisaje. Pero lo que fueron y son incapaces de imaginar, o sordos y ciegos a las evidentes señales, es que sus imágenes muertas y anacrónicas ya han sido fagocitadas por aquel territorio que pretenden conquistar; territorio, que por cierto, con emblemas, banderas, colores y canciones, a ellos mismos a deglutido y hace décadas que los va exonerando de sus propias entrañas como evidencia y celebración de la decadencia de los invitados a ser cenados.
“La perpetuación de la imagen sin continuidad de la idea”


Fotografía - Texto: Diego L. Monachelli

Lo que nos hace andar.


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Una voz asciende
de la oscura fronda
hacia la furiosa luz.

Una mano siembra heridas
a los pies de los hombres,
en el rostro del camino,
y un beso de sal
desde los senos del cielo
se arroja
hacia la palma que se agita.

La sangre que se derrama
es la que nos hace andar.


Fotografía - Texto: Diego L. Monachelli

Que así sea.


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Es el tiempo
de la muerte al acecho.

Es el tiempo
del sueño y la eternidad
tejiendo las entrañas del mundo.

Céfiro lanzado al abismo,
abandono el vientre
que en secreto
demora mi partida,
y herida mi pureza,
mi contorno celeste,
fluye la sangre,
marea indecente
para los que nunca
han soñado un porvenir...

Es el tiempo de la muerte,
es el tiempo del sueño
y la eternidad tejiendo
las entrañas del universo.

En ellas,
nuestra carne que se pudre,
el deseo que nos nutre,
la libertad que nos anhela,
consubstancial materia
que dividida nos espera
detrás del mundo,
invitándonos a celebrarnos
como uno,
al fin como uno...

Que así sea.


Fotografía - Texto: Diego L. Monachelli